Suicidios a la orden del día
- Alejandra Duffoo
- Jun 13, 2018
- 4 min read

El mundo está en shock. Anthony Bourdain se quitó la vida hace un par de días y tan sólo unos días previos, ocurrió lo mismo con la famosa diseñadora de modas Kate Spade.
Mis emociones se dividen en tristeza, lástima y preocupación.
Me siento triste porque la vida humana tiene un valor incalculable, y muchos no han notado que somos mucho más que una mina de oro: ¿Cuánto vale cada célula nuestra, un corazón, una pierna o un pulmón? Además, siento lástima por ellos, porque terminaron en un callejón sin salida siendo infelices; y no son sólo estos, hay muchos más desconocidos por el mundo, viviendo vidas que muchos desean sin lograr encontrarle sentido alguno. Finalmente, preocupada estoy por lo que nos exige el mundo y por los pomposos ejemplos de “felicidad” que tenemos. Los modelos de vida con los que contamos “cumplieron” todas sus metas, y sus mensajes suenan “inspiradores” aun cuando vemos que en sus vidas personales son un desastre. Algunas de esas personas “exitosas” ante el mundo, logran la cúspide en sus carreras, pero tristemente en su vida personal se encuentran totalmente vacías, y terminan hundidos en depresión; este es, en pocas palabras, el triste ejemplo y modelo a seguir de muchos, y así la vida de algunos empieza a perder sentido.
En esta publicación no hablaré de que en realidad lo que más valor tiene es lo que no se puede comprar. No tocaré ese tema porque esa enseñanza ya ha sido dada por el resultado de los ejemplos antes mencionados. Pero, por favor, no me malinterpreten. Creo firmemente que perseguir nuestras metas con vehemencia en este mundo es importante. Que estudiar y luchar por el bienestar económico es más que bueno. Sin embargo, en esta oportunidad escribo con dolor y preocupación ante una realidad que se vive en mi país de residencia: Estados Unidos; el cual pongo siempre de modelo porque los demás países del continente lo tienen como referencia, y terminan siguiendo sus pasos tanto en lo bueno, como en lo malo.
Según una reciente noticia de CNN, el suicidio es una de las 10 causas principales de muerte en EE.UU. en este momento. Las tasas de suicidio aumentaron un 25% en este país durante casi dos décadas hasta 2016, según una investigación publicada este jueves por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos. (CDC, por sus siglas inglés). Un total de 25 estados experimentaron un incremento en los suicidios de más del 30%, según el informe del Gobierno.
Soy testigo de que estos tiempos en los que vivimos hay muchos que se esfuerzan por tratar de quitarle sentido a la vida tanto en términos de relaciones interpersonales, como de creencias espirituales. Oímos a ganadores de Premios Nobel decir: “la vida de un cerdo tiene más valor que la de un recién nacido”, “no tienes control de tus acciones, eres el resultado de tus genes y del medio ambiente”. Oímos a “falsas feministas” renegando de las mujeres que se dan por su familia y la ponen en primer lugar. Llegan inclusive a ridiculizar de manera exagerada esta postura, indicando cómo deben pensar y afirmando que su éxito profesional y sus logros son lo que les dan valor. Pero yo me pregunto, ¿no son ambas cosas importantes? ¿no nacemos todos siendo parte de una familia y dependiendo de ella? ¿no cuesta más mantener una familia unida que obtener logros profesionales? Según mi experiencia como esposa y madre, cuesta mucho poder mantener una relación marital feliz. Cuesta mucho esfuerzo tener palabra y mantener un compromiso. Cuesta mucho enamorar a diario a tu pareja. Cuesta mucho trabajo ponerse de acuerdo, pero aquello que más cuesta vale la pena. No nos damos cuenta de que son finalmente, los matrimonios felices la base de una sociedad sana. Es más que lógico que los niños de familias con bases sólidas de amor y respeto sean más felices, emocionalmente estables y seguros de sí mismos; por lo tanto no hay que ser un genio para afirmar que la inversión en la familia es la más acertada e inteligente. Pero ahora el resultado de la poca importancia que tiene este asunto, logra que sean algunos niños -inocentes resultados de familias inestables y con carencia de atención y afecto- los que lleven un arma a una escuela y aniquilen a unos cuantos compañeros.
He oído muchas teorías de personas que afirman que los países creyentes son los más pobres e ignorantes. Que es urgente librarse de la religión que tanto daño hace. Sin embargo, esos países marginados, son los que tienen las más bajas tasas de suicidio; y que con menos recursos, son más felices y con vidas con más sentido. Entonces, hay algo de lo que nos dicen que no está bien.
Simultáneamente a la pérdida de valor de la familia para la sociedad, el ateísmo ha empezado a crecer en los Estados Unidos y en el mundo en general. Una nación en su mayoría fundada por cristianos protestantes se encuentra en un proceso de “des evangelización”. De acuerdo a recientes encuestas del Pew Religious Landscape, alrededor del 23% de los estadounidenses no creen en Dios. Sin embargo, está comprobado por un estudio que realizaron científicos de la Universidad de Harvard en el año 2016, que las personas que asisten a servicios religiosos viven más tiempo, con menos riesgos de sufrir depresión y ataques de ansiedad; así que esto quiere decir que son más felices y tienen más esperanza. Pero si eso ya está científicamente comprobado, ¿por qué personajes como Richard Dawkins se esmeran tanto en querer demostrar inútilmente que Dios no existe? ¿por qué luchar por quitarle la esperanza a las personas? Esa es una pregunta que no podré dejar de hacerme.
Pues, yo creo que las personas carentes de fe no deberían preocuparse por desmentir a la Biblia ni al cristianismo. Que aquellos que realmente viven por amor a aquel personaje histórico que nació en Belén, murió en una cruz por amor y resucitó al tecer día, tienen un verdadero motivo de vida y deberían estar verdaderamente comprometidos a ser mejores personas (Mateo 5, 48), a amar (Marcos 12, 31), a no juzgar (Lucas 6, 37) y a vivir con una alegría enorme (1 Tesalonicenses 5, 16). Y es que es Él la verdadera razón de toda esperanza.
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